A pesar de los
grandes y significativos avances observados en la mayoría de los países de
América Latina en los últimos 20 años en
materia de salud y en lo que protección social se refiere, en esa lucha
incipiente de la generación de un Estado de Bienestar, existe particularmente
en los países con gobiernos hoy definidos como “progresistas”, una coincidencia
fácil entre el ciudadano común y el experto cuando se trata de apreciar la
eficiencia y la eficacia de las reformas de sus sistemas sanitarios hasta hoy
implementadas. Como una insatisfacción con respecto a las expectativas de la
gente, puesto que parecen no realizar de manera satisfactoria sus principales
objetivos en la reducción de esa brecha de las inequidades y desigualdades
sociales en salud, así como de mejorar la calidad y la continuidad de los
servicios en todos los niveles de atención.
Intentaré simplificar
en tres dimensiones no finitas, como tampoco independientes, de las fundamentación sobre este
cuestionamiento. Primero, desde el punto de vista económico se puede observar que en muchos casos la reforma
permanece focalizada en los aspectos de gestión (centrada en la eficiencia
económica, separación de funciones, privatización o tercerización de
servicios…) y reducción del gasto público
en salud, y cuando se observan incrementos los sistemas de financiamiento y de
distribución de recursos financieros destinados a la mejora de la salud no
parecen beneficiar los intereses de las poblaciones sino más bien las del
propio sistema sanitario. También existen casos concretos de países donde es la
banca privada la que otorga créditos más accesibles para dar infraestructura en
salud, siendo finalmente un endeudamiento que condiciona desde su raíz todo un
sistema público.
Segundo, Desde un
punto de vista político, se observar
que el indispensable “cambio de modelo de atención” no logra realizarse y por
lo tanto sustentar las reformas: el modelo asistencialista y mercantilista
permanecen en una posición hegemónica y dominante, las capacidades rectoras y
por lo tanto la voluntad reformadora del Estado no logra imponerse a las “casi
divinas leyes del mercado”. Los usuarios del sistema permanecen en una posición
de dominados sin capacidad de control social, y también hay que destacar que los
profesionales del sector “confunden” intereses particulares con el interés
general, confunden beneficios con privilegios, así como tantas veces sucedió
durante los últimos dos años en Paraguay, reclamos de gremios sanitarios
poniendo en riesgo la salud poblacional priorizando asimétricamente más sus
propios privilegios.
Tercero y último,
desde el punto de vista de la salud
pública se puede observar una baja articulación entre las reformas de los
sistemas de salud y de seguridad social que no favorece la extensión de la
cobertura de protección social en salud, las funciones esenciales en salud
pública no han sido consideradas estructurales de las reformas y muchas veces
han sido relegadas; el desafío de la formación de recursos humanos en salud,
particularmente en del sector público, necesarios a la sustentabilidad de las
reformas y las instituciones no se ha enfrentado de manera satisfactoria; a
pesar de incorporar formalmente los conceptos de redes integradas de Servicios
de Salud en distintos modelos o con articulaciones mínimas con el sector
privado. Así también, la fragmentación y segmentación de los servicios no ha
logrado reducirse, ni la calidad global mejorarse de manera significativa tanto
en los procesos de atención como en los resultados finales obtenidos.
Por lo tanto, hemos
llegado al momento en que no hay que crear nada nuevo, sino más bien asumir
estos errores, admitir esta falta de pujanza para profundizar los principios de las reformas a nivel
regional, aprovechando la potencial red los lazos y experiencias entre los
países hermanos, por una región más equitativa, justa y saludable.
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