En lo que va de la historia de la salud
pública nacional, llevamos 27 ministros y ministras de salud, y si calculamos
cuánto tiempo estuvo cada uno -obviamente excluyendo los 30 años del outlier Adán Godoy Giménez-, a cada persona le tocó
una media de un año y 8 meses. A pesar de esta aparente fragilidad en la institución,
hay políticas que, tanto a nivel nacional como internacional, marcan los
destinos de nuestra salud como paraguayos y paraguayas.
La situación y el estado actual de
incertidumbre en el que se encuentran los distintos programas sanitarios a
nivel nacional proponen un interesante momento para realizar un pequeño análisis
retrospectivo a través del cual se puede intentar predecir hacia donde va el
enfoque que tiene el Estado paraguayo sobre la salud de su población.
Desde el inicio como país independiente, el
Paraguay nunca tuvo el concepto de salud poblacional entre las principales
políticas de sus distintos gobiernos. Mínimos controles epidémicos generalmente
de dominio militar, algunos hospitales de caridad animados por instituciones
religiosas, eran vagas expresiones sociales y del gobierno de turno del enfoque
que se tenía en aquella época sobre el paradigma
salud-enfermedad (1).
Recién con la llegada del gobierno febrerista
en el 36 se acepta, entre otras reformas progresistas en su momento, la nueva
concepción de la imperiosa necesidad de políticas de salud a nivel de Gobierno,
pariendo de esta manera al primer Ministerio de Salud Pública del Paraguay como
cartera del Estado. Ministerio que, con un enfoque bastante higienista, se orientaba
al control de vectores, al saneamiento ambiental, al combate a enfermedades
tropicales, entre otras iniciativas que respondían a teorías unicausales de desequilibrio
entre la salud y la enfermedad en una población, que pretendían abordar
problemas complejos apuntando exclusivamente a los agentes patógenos, perdiendo
de vista elementos propios de la economía, cultura, etcétera. Todo esto acorde al
enfoque hegemónico sanitario de su época (2).
Solo en 1940 es cuando por primera vez en una
constitución paraguaya aparece la palabra salud, la que es definida como uno de
los deberes fundamentales del Estado. Tres años más tarde nace el Instituto de
Previsión Social (IPS) con la digna intención de ofrecer salud a todos los
asalariados del país (3). Este modelo, que intentaba imitar políticas progresistas
del primer mundo, se concibió necesario porque el país estaba entrando a un
supuesto periodo productivo industrial, como lo hacían otros países de la
región, y estas industrias o nuevas empresas requerirían trabajadores sanos,
principalmente por la rentabilidad productiva a la que esto conlleva. Pero no
se logró visualizar que por delante el país tenía graves y crónicos problemas: la población paraguaya era rural en su
inmensa mayoría, el trabajo inmensamente precario y las principales actividades
laborales del país eran de carácter totalmente informal. Además, cabe señalar
que a nuestra era industrial muy pocos
la vieron llegar. Lo único que trajeron estas políticas fueron beneficios de
salud a los asalariados formales de las ciudades, generando las primeras
desigualdades en salud de nuestra población, siendo además éste, por qué no, uno
de los tantos factores causales de la migración rural hacia la ciudad. A partir
de este periodo el país empieza a experimentar la convivencia epidemiológica de
enfermedades del primer mundo, principalmente enfermedades crónicas, con
enfermedades de países pobres, como las infectocontagiosas, carenciales,
complicaciones del parto, etc. Hoy, a casi setenta años de su creación, el IPS
aún no alcanza a dar la posibilidad de acceder a sus servicios ni a menos de la
quinta parte de la población paraguaya. Todo esto obstaculizado obviamente por
cuestiones que tradicionalmente no tienen nada que ver con la salud, si no más
bien con otras irregularidades estructurales que permite el Estado.
El término salud en la constitución del 67,
aparte de exigir la asistencia preferencial, gratuita y completa a los
veteranos de guerra, se limitó tibiamente a expresar el aseguramiento asistencial
sólo a los enfermos carentes de recursos, inválidos y ancianos indigentes (3). En
las siguientes dos décadas se irán conformando los pilares de nuestro complejo
médico-industrial donde el principio del beneficio económico estará por encima
de todas las leyes y el sentido común. El país estaba entrando al periodo
neoliberal y el Estado iba convirtiéndose con mayor claridad en una herramienta
auxiliar de los poderes de facto. Es el periodo donde el capital privado en
salud inicia su crecimiento y, la salud, progresivamente, se incorpora como un
ámbito de lucro. Este beneficio envuelve a varias dimensiones de la salud,
desde los productos farmacéuticos, los insumos, la tecnología médica, la
construcción de hospitales, la prestación de servicios, entre otros. Bajo el
principio de que todo es un negocio,
y la idea de que el Estado solo puede ser ineficiente, durante este periodo se
consolida en el imaginario colectivo el concepto high-tec como el de la “buena medicina” y el de “Doctor” como sinónimo de tener mucho
dinero.
En la carta magna del 92 se vuelve a
confirmar el derecho a la salud como derecho fundamental del individuo, a lo
cual se agrega el interés comunitario del mismo (3), alineándose de alguna
manera a los nuevos enfoques de salud concebidos desde Alma Ata(4) Cuatro años más tarde, se incorpora la Ley 1032 y por primera vez se promueve un Sistema
Nacional de Salud con la intención de articular y complementar los recursos
tanto a nivel público como privado desde un punto de vista poblacional de la
salud (5). Se difunden intensamente las ideas del achicamiento y
descentralización del Estado y se incluyen a la salud las
ideas del bienestar social. Pero lastimosamente este periodo estuvo mucho
más marcado por la profundización de las desigualdades. Es el auge de las
aseguradoras privadas. Se llevó al extremo la polarización social. Se parecía
que se trataba de dos poblaciones
distintas en un mismo país, por los diferentes patrones de enfermedad. En un
polo, las enfermedades modernas del primer mundo, y en el otro las de un país empobrecido,
el cual nunca dejamos de ser. El repunte de enfermedades antes controladas como
la tuberculosis, la aparición de otras nuevas como el HIV, el envejecimiento de
la población urbana, el auge de la violencia, no pudieron ser contenidos por los
distintos programas y paquetes de salud que se enfocaron desde el Estado principalmente
hacia las personas en situación de pobreza. Los esfuerzos no fueron orientados a identificar e intentar solucionar los
problemas estructurales que generan enfermedades, como son las desigualdades,
la discriminación, la falta de acceso a servicios dignos, el trabajo informal,
la segregación de los espacios, agrotóxicos, etcétera.
Desde el 2008 a esta parte, nació un
nuevo enfoque de la salud, que venía gestándose de alguna manera ya en
comunidades y organizaciones sociales. Era necesario. Llevábamos en este
aspecto, unos 20 años o más de atraso con la mayoría de países de la
región. Además, por primera vez el gobierno central complementaba las políticas
del ministerio de salud, con otras políticas para facilitar la incorporación de
programas inclusivos, equitativos y universales de protección al interés más
común y colectivo de todos: la salud y el bienestar de los que vivimos juntos.
Es y fue difícil el crecimiento en esta área donde escasean los recursos
humanos, donde desde la misma formación académica no existe el enfoque de una salud
colectiva o comunitaria en las distintas licenciaturas universitarias de la
nación. A pesar de que se heredaba un aparato estatal sanitario fragmentado y totalmente
servil al interés privado, el primer paso había que dar, así como también había
que aprender sobre la marcha.
Cierto es que fueron varios los errores administrativos
y de experiencia desde el inicio. La odisea de fomentar y equilibrar programas
y políticas de salud con una orientación capaz de satisfacer necesidades
colectivas de salud, sin considerarlas por su rentabilidad económica y menos teniendo
en cuenta los intereses del mercado, atentaban desde un principio contra los
intereses del, a estas alturas, hipertrofiado complejo médico industrial
paraguayo, con tentáculos en otros poderes de facto como la prensa, partidos
políticos tradicionales, el mismo ministerio, gremios del sector público y
privado, y otros poderes del propio Estado.
Actualmente con el desmantelamiento de las
USF y otras medidas similares, todo este gran paso está en jaque. Quizás en
salud no se retrocedió 30 años como se dice en varios análisis y con relación a
otros aspectos de la sociedad (la democracia, el medio ambiente, la función pública). Personalmente creo que en
salud retrocedimos 4 años, y volvimos a ese 2008, en el mismo momento en que la
visión hegemónica mercantilista y hospitalocéntrica de la salud, no tenía
objeciones ni obstáculos para seguir avanzando.
Notas:
1.-
El concepto constitucional del Estado y sus obligaciones durante el siglo XIX eran
prácticamente copia fiel del modelo constitucional argentino, como en muchos
otros aspectos.
2.-
Probablemente el Paraguay en la década del 30 es el primer país en crear un
Ministerio con esas características en la región. Sería interesante explorar
esto.
3.-
Constituciones del 40 (art. 11, 15 y 56). Del 67(art. 38, 93 y 95). Del 92 (art.
7,57,58,61,68,69,130).
4.-
Declaración de Alma Ata. OMS. Conferencia Internacional sobre Atención Primaria
de Salud, Alma-Ata, antigua URSS, hoy Kasajtán. Setiembre de 1978. http://www.paho.org/spanish/dd/pin/alma-ata_declaracion.htm
5.-
ley 1032 SNS. 1996. http://www.fedem.org.py/descargas/escuela-vecinalista/LEY-1032-Descentralizacion.pdf
6.-
El tema es interesante y obviamente no está agotado. Intencionalmente no he
tocado a la Facultad de Medicina UNA y sus aportes a la Salud Pública. Ampliable
en otro tipo de enfoque.
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