Leer el artículo de Christaki y Fowler (1) me ha dado la luz necesaria para aceptar que esto del estudio de las redes sociales alcance para mí el estatus de ciencia y como tal tener sus aplicabilidades a nivel de sociedad. Aquí quiero intentar darle un enfoque hacia donde me incumbe: su utilidad en la salud pública.
Es obvio que el concepto de las redes sociales
es pre internet y por lo tanto mucho más lejano en el tiempo al Facebook,
Twitter y análogos, por eso no me voy a extender en detallarlo. Lo que sí
destacaría aquí es que gracias a estas herramientas informáticas hoy podemos comprender
de manera un poco más sencilla la estructura, el funcionamiento y las dimensiones que pueden
adquirir estas redes fuera de ella. Cómo los amigos de los amigos de los amigos
de mis amigos pueden pasarme un mensaje, informarme, sin que ni siquiera nos
conozcamos. Vamos comprendiendo que no solo estamos conectados con las personas
que creemos que estamos, sino que hay mucho más mundo detrás de un amigo
agregado.
Amigos Pumë jugando al futbol. Estado Apure, Venezuela. 2006 |
En su estudio, lo que nos intentan demostrar
Christaki y Fowler, se orienta más hacia el concepto de lo que ellos llaman influencia, que no es simplemente la
difusión de una información o un mensaje, sino la difusión de una influencia determinada, poniendo como
ejemplo que cuando nuestros amigos engordan hay más probabilidades de que
nosotros engordemos, y esta influencia no es solo con nuestros amigos sino
también con los amigos de nuestros amigos, e incluso con los amigos de nuestros
amigos de nuestros amigos, transcendiendo la significancia estadística de esta
influencia hasta 3 grados (4 sujetos) de alcance. Esta influencia, que ya
adquiere las características de un plásmido de contagio interbacteriano, por lo
que he leído al margen del artículo, la han analizado con otros fenómenos sociales
como el tabaquismo, el alcoholismo, la soledad, la depresión, la generosidad,
comportándose en todos los casos de la misma manera. Una vez llegado a este
punto, aunque es difícil de ver más allá de nuestro horizonte social, es decir,
es difícil ver las interrelaciones o interacciones que parecen ajenas a
nosotros, como la de nuestros amigos y sus amigos, ya que no vemos lo que ocurre entre
ellos al no formar parte de esa interacción, es esto lo que a mi parecer
adquiere mayor importancia en la descripción de los autores, que no sólo
nuestro primer entorno es el que nos afecta, sino una red mucho más amplia es
la que puede condicionar nuestros propios resultados. Esto que al final,
tampoco es una idea tan novedosa, luego de disecarlo y confirmarlo como un
fenómeno bien estructurado, debería ser de vital importancia en los quehaceres
de la salud pública a la hora de pensar en estrategias de intervención.
Si vemos el comportamiento del tabaquismo en
los últimos 50 años, se puede apreciar que su dinámica es exactamente
antagónica a la epidemia de la obesidad, de un 40% de fumadores antes, se ha
pasado en los EEUU a un 10%. Una de las razones del éxito en la reducción del
número de fumadores fueron las campañas de antitabaco que se iniciaron desde
los años 80, del tipo “population strategy” como diría Rose (2). De hecho, en otras
investigaciones de Fowler, se pudo comprobar cómo cambiaron los fumadores en la
red y cómo fumar y dejar de fumar cambió la estructura social de la red (datos
de Frammingham Cohort). Estas
estrategias poblacionales no sólo alentaron a la gente a dejar de fumar sino
que las personas que no pudieron dejar de fumar, en quienes estas mismas
estrategias han sido insuficientes, perdieron amistades y empezaron a ser
expulsados de sus redes sociales, creando así nuevas social networks rodeándose
de gente con la mismas condiciones en una dimensión
funcional de soporte (T. Glass).
Analizando esto desde el punto de vista de la
sanidad pública, pasa a ser un tema un poco más espinoso puesto que se cuestiona
la vigencia de este tipo de campañas en salud pública, porque mientras ayudamos
a las personas a dejar de fumar, menoscabamos socialmente a las personas que no
pueden abandonar el consumo de tabaco, de modo que resulta mucho más difícil
llegar hasta ellos, resulta más difícil ejercer una influencia sobre ellos si
están rodeados o mejor dicho blindados de otros fumadores. Aquí, y recordando nuevamente
a Rose deberíamos volver al “high-risk strategy” para poder volver a intervenir
a este nivel. Por lo tanto, a nivel
funcional las mismas redes sociales pueden aglutinar como atomizar una misma
sociedad, fortaleciendo o debilitando ciertas características no necesariamente
“saludables” en su amplio sentido.
La idea final va hacia cómo la estructura nos
define y cómo nosotros podemos estructurarla. Es una idea que está ampliamente
extendida en todas las ciencias naturales, y precisamente utilizaré una de la
química para describirla: los átomos de carbono pueden organizarse tanto para
formar grafito como para formar un diamante (Fowler). El grafito y el diamante tienen muchas
propiedades diferentes. Lo mismo sucede con las redes sociales. La manera de
estructurar la red tiene un impacto en lo que ésta es capaz de hacer. Y desde
la salud pública debemos ser capaces de reconocer las existentes y si es
necesario ser capaces de crear redes estructuradas para ayudarnos a conseguir
los resultados deseados.
Referencias:
1.- http://www.nejm.org/doi/full/10.1056/NEJMsa066082
2.- http://ije.oxfordjournals.org/content/30/3/427.full